La salud toca fondo
Cuando parecía que todo iba bien, el cuerpo empezó a flojear otra vez. Mismos síntomas, a lo que se unió la pérdida excesiva de peso, comiendo de las cosas que tenía permitidas por mis intolerancias.
Tras visitar una clínica privada, me quitaron algunos alimentos más. Ahora le tocó el turno a los lácteos, las setas y hongos, el maíz, el azúcar blanca o procesada y seguro que algún alimento más. Estuve siguiendo las recomendaciones, me elaboraron algunas dietas y los síntomas mejoraron bastante, pero la pérdida de peso seguía siendo excesiva.
Tras unos meses empecé a tomar todos los alimentos que me habían quitado esta última vez, de forma muy esporádica, pero descubrí que los lácteos no me hacían ningún bien, por lo que los desterré de mi dieta, siempre, claro está ,informando de todo a mi médico de cabecera.
No pasaron más de dos años, si llegué a ellos, cuando empecé a estar peor. Cuando hablo de peor hablo de no aguantar el ritmo de trabajo. Mi jornada laboral sólo es de mañana, y cuando llegaba a casa me acostaba totalmente exhausta, sin fuerzas, con unos dolores de cabeza y musculares horribles, hinchadísima (ahora había “ganado algo peso”), cólicos intestinales otra vez y de forma muy común, infecciones urinarias mensuales… Síntomas que ya conocía, pero sin energías y sin fuerzas, y ahora más de continuo y cada vez con mayor gravedad. Todo esto empezaba a tocarme la parte emocional. Me veía al borde de una depresión.
En el médico de cabecera no veían nada, las analíticas seguían perfectas y hasta él mismo me recomendó que fuera a alguna clínica privada donde me estudiasen las intolerancias alimentarias, ya que entendía, por los datos médicos que tenía y por los reconocimientos, que el problema estaba ahí.
A la desesperada acudí a una nueva clínica donde trabajan con las intolerancias alimentarias y donde mi madre acudía desde hacía algún tiempo. Tenía claro que si el dinero que uno tiene es para algo, es para comer y para tener salud, así que nos embarcamos en ello.
Una vez que fui a consulta y me analizaron los alimentos más comunes o básicos… ¡ahí estaba una lista enorme de alimentos prohibidos! Me explicaron que tendría épocas mejores y peores, alimentos que podría reintroducir con el tiempo o incluso a volver a retirar, pero que esto sería cíclico en mi vida.
Cuando llegué a casa y me puse a pensar en lo que no podía comer y descubría por las etiquetas lo escondido que estaba muchas veces y no éramos conscientes, pensaba que no podría comer nada. De nuevo, emociones a flor de piel y sensación de hundirse en un pozo sin fondo donde, a veces, la gente de tu entorno ni te entiende. Yo tuve la suerte de que familia, pareja y algunos amigos me entendían y apoyaban a la perfección, pero no siempre es así.
Comencé a elaborar un menú sin tantos alimentos prohibidos (prácticamente carnes, alguna fruta, hortaliza y/o verdura, alguna legumbre, soja, lácteos, etc. Ni recuerdo ya) y en una semana… como el Ave Fénix allí estaba yo, con energía a raudales, sin parar en todo el día y dándome las tantas de la noche preparando cosas del trabajo, además de otros tantos proyectos en los que me embarcaba. Mi marido, que por aquel entonces éramos novios, no se podía creer el cambio que vio en mí.
En todo este proceso del año y medio que llevo con esos alimentos fuera o en reintroducción, he aprendido de mí misma, de cuidarme, de valorar las cosas, de la importancia de creernos que “somos lo que comemos” y que, si ese es mi talón de Aquiles donde me cuesta caminar cada día, encontraré en mí misma y en los demás, el bastón de apoyo cuando vengan las dificultades.
Cada día me voy rodeando de más personas con intolerancias o problemas de salud relacionados con los alimentos… y aprendiendo de mi propia experiencia y de la de los demás, descubriendo un mundo sorprendente para mí donde, ya no mi objetivo, sino, NUESTRO objetivo, como matrimonio, es ayudar a otros a convertir la cocina en un centro de Alquimia y a ver que todo es posible. Se pasarán momentos difíciles, con miedo e incertidumbre, con rabia, con pasos atrás, pero siempre con la vista puesta al horizonte para seguir caminando.